Aprender con la Historia

Una justicia ciega, sorda y también muda.

Una justicia ciega, sorda y también muda.

Por José C. Novas.

Recientemente el escritor, poeta y político dominicano Tony Raful ha lanzado a la opinión publica una especie de torpedo con la denuncia sobre la posibilidad de que el excoronel del ejército dominicano Johnny Abbes García pudiera estar vivo aún, en avanzada edad, y quizás viviendo en la ciudad de Nueva York bajo una identidad falsa. No creo que Tony Raful se aventure a decir por simple capricho cosas que pudieran lesionar su reputación de escritor, poeta y político; la denuncia, aun cuando ni la afirmamos ni la negamos, merece atención de los investigadores por la magnitud de las acusaciones de las que ha sido objeto Johnny Abbes, a quien se tiene como el arquitecto de un sistema de torturas y ejecutor del trabajo sucio en la última etapa de la dictadura.

Durante el régimen de Rafael L. Trujillo fue acuñada la frase “Mis mejores amigos son los hombres de trabajo”, ese estribillo fue usado como parte de la propaganda a favor del tirano; el propio Trujillo la repetía, hasta se llegó a insertar en algunos merengues laudatorios al gobernante. Por tal razón la frase se escuchó por toda la geografía nacional entre 1930 y 1961.

Hubo un aspecto entre los amigos del jefe poco observado, aquellos cuya verdadera función era realizar el “trabajo infame”, y que después de muerto el dictador, afloraron con reputación criminal, pero pero que murieron impunes en la tranquilidad de sus hogares, sin que la justicia les diera el castigo por los actos cometidos durante el régimen. La protección neotrujillista se encargó proteger desde el poder a centenares de reputados matones que operaban desde el gobierno. Para consumar la impunidad hubo pactos secretos, se usaron posiciones sociales, económicas y cargos en el Estado. Los mejores amigos del dictador Trujillo por lo general formaban parte de su entorno o militaban en su partido, algunos reconocidos como verdaderos ases del crimen, a los que el jefe otorgaba rangos militares o puestos importantes en el gobierno.

Podemos citar los casos de los generales Felipe Ciprián (Larguito), José María Alcántara, el recordado jefe del Sisal de Azua, Simón Díaz, Tancredo “Quero” Saviñón, Federico Fiallo, Arturo Espaillat, los coroneles Johnny Abbes García, David Hart Dottin, Víctor A. Peña Rivera y otros civiles vinculados con el crimen de Estado y por motivaciones políticas como fueron los casos sospechosos de Manuel de Moya Alonzo y el propio Joaquín Balaguer. Tras la caída de la dictadura la población los acusaba de cometer horrendos criminales, pero la impotencia se impuso y los “amigos del jefe” nunca fueron procesados en los tribunales.

Citaré ejemplos de notorios criminales o desapariciones durante la dictadura, ya sea cumpliendo órdenes del “Jefe” o por iniciativa propia cegaron la vida de valiosos dominicanos. Félix W. Bernardino quien fue acusado el 28 de diciembre de 1930 de matar al señor Amable Dalmasí en la región Este, por ese crimen Bernardino fue hallado culpable y lo condenaron a prisión. No obstante, Trujillo lo indultó, lo nombró en el cuerpo diplomático y lo distinguió con su amistad. Se dice que por iniciativa de Bernardino murieron decenas de personas, pero vivió tranquilamente en una finca del Seibo hasta su muerte en avanzada edad y amparado por las autoridades en los gobiernos de Balaguer.

A principios de la Era de Trujillo, siendo capitán del ejército nacional Ludovino Fernández en un arranque de celos mató a balazos al ciudadano Antonio Mario Contreras, quien era el compañero sentimental de la que había sido su esposa Danila Fernández, y de la cual estaba divorciado. Durante el acto criminal el iracundo Ludovino también hirió gravemente a su exmujer. No obstante haber cometido el hecho, el dictador Trujillo lo mantuvo en las filas del ejército, le otorgó rangos y lo asignó en posiciones militares y policiales de importancia. Posteriormente el inefable Ludovino acribilló a balazos varios presos que cumplían condena por el asalto a un banco de Santiago, o sea, el propio Ludovino les aplicó “la pena de muerte”. Ludovino murió asesinado en San Juan de la Maguana por un miembro del ejército nacional inconforme con el trato que le daba el coronel.

Otro de los “amigos de Trujillo” lo fue el general José Estrella, militar importante durante el régimen y de quien se dice que fue el soldado que capturó al entonces senador por la provincia de Montecristi Desiderio Arias y que no se conformó con matarlo, sino que ordenó decapitarlo para mostrarle la cabeza a Trujillo; el cadáver de Desiderio Arias fue exhibido en una carreta por las calles de la ciudad de Santiago para que sirviera de escarmiento a la población. La impronta criminal del general José Estrella fue larga, antes se le acusó de matar al ciudadano Felipe Roca en el paraje La Herradura y fue procesado de preñar a tres hermanas en un campo del Cibao en las que había menores de edad, por lo que fue condenado a 20 años de cárcel.

Otro personaje “amigo de Trujillo” lo fue Luís Silverio Gómez, un oficial del Ejército que después de su retiro de la guardia fue diputado al Congreso por el Partido Dominicano, a pesar que había sido condenado por matar al dirigente opositor Virgilio Martínez Reyna. Otro caso notorio fue el de Amable Botello en región Este reputado por sus desmanes en la zona y ocupó cargos públicos importantes, incluyendo el de gobernador provincial, Botello había cumplido condena por muerte un ciudadano de nombre José Martínez.

Está documentado que el capitán Octavio de la Maza mató a Luís Bernardino en un incidente ocurrido en el interior de la Embajada dominicana en Londres; sin embargo, después de cometer el crimen fue ingresado como oficial piloto de la aviación militar dominicana y trabajó como copiloto de la empresa Dominicana de Aviación propiedad del dictador; Octavio de la Maza murió en un confuso incidente dentro de una cárcel en la capital y se reportó como un suicidio. El ciudadano Fernando Sánchez Cabral era miembro de una destacada familia trujillista, ocupó altos cargos durante la dictadura, a pesar que había asesinado al ciudadano James Palmer.

Otro reputado fue Segundo Imbert Barrera, que alcanzó el rango de mayor del ejército nacional, a pesar que su historial carcelario revelaba que cumplió condena por haber matado los sindicalistas Luis Espinosa y Papito Tavárez durante una disputa laboral en el ingenio Montellano, del cual el mayor Imbert Barrera era al momento uno de los ejecutivos.

Lo que cabe preguntar es a que se refería el dictador Trujillo cuando decir que sus mejores amigos eran los hombres de trabajo ¿A qué tipo de labor y cuál era el trasfondo que imprimía a la frase? Aquel rufián de la política dominicana. posiblemente apuntaba hacia a la carnicería humana, eso no lo sabemos. De lo que sí estamos seguro es que la mayoría de los autores intelectuales o materiales de los crímenes antes citados durante la dictadura, terminaron sus vidas como si nada, protegidos por la impunidad de neotrujillismo, que no fueron tocados por la justicia dominicana, porque al parecer es sorda, ciega y también muda.


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