La raza como factor durante la ocupacion 1916-1924.
La raza: factor olvidado durante la ocupación 1916-1924.
Por José C. Novas.
A un siglo de distancia en el tiempo sigue dormido un aspecto sobre la ocupación y a la espera del análisis desapasionado de sociólogos e historiadores. Es el estudio sobre la amalgama racial y los prejuicios que imperaron en territorio dominicano a raíz de la intervención militar de 1916 en la que Estados Unidos mantuvo en control del gobierno dominicano hasta 1924.
El asunto fue complejo y como las monedas tenía dos caras; para edificar una idea sobre como operaban los invasores antes de su llegada y durante su permanencia, cabe señalar que existía en el país un orden político que favorecía a grupos dominicanos de ascendencia europea, los cuales controlaban negocios y cargos públicos importantes. Una observación física de los que dirigían las corrientes políticas, o sea los jimenistas y los horacistas, es reveladora ante los ojos de cualquier cerebro suspicaz, porque la mayoría era de raíces europeas.
En el otro extremo la composición de la población dominicana en términos de razas para 1916 era más o menos 85% del total una combinación de mulatos y negros, y 15% compuesto por blancos y otras razas. Esa circunstancia colocaba mayoría de los habitantes en alto riesgo, porque entre los invasores, los soldados eran en abrumadora proporción de ascendencia caucásica, teniendo entre ellos un ligero grupo de soldados de origen puertorriqueño para llenar la necesidad del bilingüismo.
Se sabe que para 1916 la sociedad de Estados Unidos vivía un ambiente de total segregación y esa relación social se sustentaba en la ley “Jim Crow”, lo que significa que la relación entre sus ciudadanos tenía bases legales en la nación que había tomado el control de los asuntos públicos y de la economía de la República Dominicana, en otras palabras aquello era un verdadero Apartheid de dominio y de control económico.
Por ello no ha de extrañar que los expedicionarios que controlaban los estamentos del gobierno vieran a los sometidos (los dominicanos) de la misma forma que lo hacían con los ciudadanos de su propia nación, o sea como seres inferiores o cosas sin valor humano. Quien estudia las estadísticas sobre los linchamientos por motivos raciales en Estados Unidos durante los años 1915 y 1916, descubre en las cifras un panorama aterrador, cualquier amante de la condición humana se queda atónito con los totales reportados durante esos años. Los linchamientos se reportaban por miles y nada pasaba.
Motivado por prejuicios raciales se produjeron innumerables atrocidades en distintos puntos de la geografía nacional dominicana y muchas veces las víctimas nada tenían que ver con la resistencia a los invasores ni con las protestas cívicas organizadas a raíz de la llegada de las tropas extranjeras. Hubo casos notorios como el del general Ramón Batista en Villa Duarte, Félix María Cuevas propietario del café Polo Norte en la calle Las Mercedes de la capital, el agricultor Leocadio Báez (Cayo) en Juana Núñez, éste destapo una caja de pandoras, porque las organizaciones defensoras de la soberanía lograron publicar una fotografía suya en los medios del exterior en la que mostraba quemaduras severas a consecuencia de las torturas que le aplicó un sicario dominicano al servicio de los invasores llamado Ramón Ulises Escobosa.
Pero los casos anteriores fue sólo parte de lo que ocurría, la represión extendió sus tentáculos y tocó también a personalidades de prestigio. Intelectuales de la talla de Fabio Fiallo, Américo Lugo, Horacio Blanco Frombona, Manuel Flores Cabrera, Vicente Tolentino Rojas, Luís Conrado del Castillo, Oscar Delanoy, Rafael Emilio Sanabia y otros padecieron injusticias y represión de parte del invasor. Las pruebas y testimonios sobre ejecuciones sumarias sobran; fueron implementados campos y zonas de concentraciones, aldeas que fueron incendiadas cerca de Hato Mayor y Margarín debido a que muchos de sus ocupantes rehusaron a desalojarlas y por ese motivo perdieron la vida mujeres, niños y ancianos; tan graves fueron los hechos, que cuando los defensores de la soberanía hicieron la denuncia ante el gobierno militar, el principal imputado resultó ser un capitán llamado Charles Merkel, quien tras enterarse que iría a los tribunales a enfrentar la acusación, no resistió y el sentimiento de culpabilidad lo llevó al suicidio.